El contexto de aislamiento pone en evidencia la desigual distribución de tareas entre los géneros y la doble o triple jornada laboral de las mujeres.
De manera impensada aun para los gurúes que desde hace décadas pregonan el teletrabajo, el modelo se instaló a la fuerza y sin aviso. Ahora quienes tenemos trabajo, lo hacemos desde casa. La tecnología lo permite, cómo no, pero ¿qué hacemos con todos los demás trabajos? Qué pasa con los hijos e hijas que no van a la escuela, quién cocina, quién se ocupa del padre o de la abuela y, la nueva, quién mantiene inmaculada la casa hasta que huela a lavandina y alcohol como nunca hubiéramos imaginado que querríamos. Congeniar la vida familiar con el teletrabajo no es fácil. Lo saben las mujeres. “¡Muy complicado!”, “¡Querer morir!”, “Sobreviviendo”, dicen aquellas que por estos días de aislamiento obligatorio están sobrecargando su ya recargada jornada. Otras lo viven con más naturalidad y la pasan mejor ante una realidad que saben difícil de cambiar. Lo que es claro es que son las mujeres las interpeladas por el tema. La crisis de los cuidados que viene denunciando el feminismo hace años, puesta en evidencia y potenciada con la aparición del coronavirus
Apenas comenzó el aislamiento social obligatorio la actriz Verónica Llinás difundió un video en el que su personaje de señora bien se colgaba de la pierna de la empleada doméstica, desesperada, para que no se fuera. El humor fue superado por la realidad. Esta semana un hombre fue detenido en Tandil por intentar ingresar a su empleada doméstica al country en el baúl del auto. Las dos escenas exhiben a cierta clase pudiente del país, sin embargo, la preocupación trasciende el estereotipo. Si en tiempos de normalidad las mujeres realizan la mayor parte del trabajo doméstico no remunerado –el 76 por ciento según la Encuesta sobre uso del tiempo y trabajo no remunerado de Argentina, 2013– no sorprende que cuando la crisis sanitaria nos repliega al espacio doméstico la estructura desigual quede en evidencia, se acentúe y colapse. El Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires lanzó una campaña al respecto. “Estamos en casa pero tenemos que compartir las tareas. Esta es una oportunidad para valorizar las tareas de cuidado. El cuidado es una responsabilidad social, hoy más que nunca lo entendemos. No es tarea solo de las mujeres, es responsabilidad de todos, de todas, de todes”, dice la ministra Estela Díaz.
Lo cierto es que cuando las papas queman, nada parece alcanzar. Cecilia, socióloga de 42 años, trabaja en una universidad y como consultora. “Nos están sobre exigiendo en particular a las mujeres, por un lado que mantengamos la higiene absoluta. En casa venía una señora una vez por semana y con eso me alcanzaba. Ahora todos los días hay que limpiar. En mi caso yo no estoy acostumbrada a estar todo el día en mi casa y a cargo de todas las tareas domésticas y me agobia”, cuenta. Durante el día, Cecilia prepara clases para la facultad y por la noche, cuando se duerme la hija, avanza con la investigación en educación que tiene comprometida. Día y noche hay que ser madre: hacer la tarea con la nena, entretenerla, calmarla. “Qué pasa con que hay que mantener la actividad como si esto no fuera una situación excepcional. Como si no tuviéramos que cambiar las cosas que hacíamos y el lugar donde estábamos”, reclama. Ese malestar lo sienten muchas de las mujeres consultadas. Este discurso “de hagamos que no pasó nada mientras nos explotan y oprimen/mimos en casa” me genera tremendo fastidio, dice Jimena en Facebook. Si antes se hablaba de la doble o triple jornada laboral de las mujeres (trabajo en casa, afuera y militancia), hoy mínimo hay cuatro. Así lo vive Valeria “estoy más agotada que en tiempos de normalidad. Mi jornada es más que triple: madre, ama de casa, cuidadora de adulta mayor, docente particular de adolescentes y home worker… cuento mínimo cuatro jornadas laborales. Estoy exhausta y encerrada”, comenta.
Encierro, incertidumbre, y tareas de todo tipo, nuevas o aggiornadas al ritmo de la pandemia, suenan a bomba de tiempo. Victoria, profesora de stretching, se entusiasmó con seguir dando clases a sus alumnos y alumnas en vivo por Instagram. La primera semana lo logró. Pero la segunda internet empezó a andar mal, y toda la ingeniería que tenía que hacer en su casa para tener ese espacio sola, para que no apareciera su hijo de cuatro años trepándose a su cabeza en medio de la clase, la hicieron desistir.
Las redes se poblaron de memes y chistes sobre la convivencia con niñes, como la psicóloga intentando atender por Skype y conciliando la vida privada con la profesional en el comienzo de la cuarentena, con tres chicos atados y amordazados en el piso; o los audios hablando de la bondad de este tiempo para aprovechar y fortalecer los vínculos con la familia, que se cortaban abruptamente para hacer callar a un chico. La realidad otra vez supera la ficción. Cecilia tiene una hija de cinco años que toda su vida fue ocho horas a guardería y jardín. ¿Cómo entiende ahora la nena que se tiene que quedar en casa? ¿Cómo acepta que además tiene que hacer tarea? ¿Y quién la acompaña con las actividades que le mandan desde la escuela?
Con adolescentes tampoco es fácil. Anabella, actriz y también empleada en un organismo público, hace cuarentena con su marido, e hija e hijo adolescentes. Se levanta temprano para poder trabajar tranquila. “A los adolescentes los dejo dormir hasta cualquier hora para que no molesten pero más de las 14 hs ya opera el lado madre-judía que tengo y los despierto. Y ya es imposible volver a concentrarme: preguntas, cocinarles, estar atrás para que se aseen, sus teletareas escolares, necesidades, “paja”, en fin, ya el teletrabajo pasa a quinto lugar… lo sigo intentando, igual, de a ratos, en vez de darlo por concluido, por lo que quedo conectada hasta tarde con el laburo”. Lograr que los adolescentes hagan las tareas de la escuela y alguna de la casa, casi imposible, apunta.
Las tareas de los chicos
El tema de las tareas escolares merece capítulo aparte. Si bien sirven para dar una continuidad, hay que repensar qué capacidad tienen los chicos de responder en estas circunstancias, más allá de que hay docentes que no saben adaptar sus clases a la virtualidad, lo que genera mucha demanda hacia padres y madres y estrés para los chicos. Tanto así que mientras escribía, esta cronista escuchó de su hijo menor algo que jamás hubiera imaginado salir de su boca: “¡Quiero ir a la escuela!”.
Y todo eso si funciona bien internet, el opio de los días, ahora más que nunca. Cuando se cuelga, cuando circula información de la posibilidad de que se corte o que colapse, la ansiedad se multiplica. Bernarda envía su crónica del día desde Rosario: “Me quedé sin internet hoy, así que laburando a medias usando el 4g del celular. Vivo en un departamento con hijo de 8 e hija de 6. El padre en aislamiento viviendo con su familia dice que no puede llevarlxs unos días para cuidar a sus padres. Hoy casi no les di bola a hijes. Me sentí mal. Laburo más que si estuviera en la oficina. Todavía no aprendí a separar los tiempos. Voy al almacén de la otra cuadra y dejo a hijes viendo tele mientras”.
Si en la vida antes del coronavirus, gran parte de los hijos e hijas de padres separados vivían con la madre, el nuevo escenario reforzó la carga, ya que como dice la resolución 132/2020 del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación los chicos deben estar en el domicilio que es el “centro de vida”. Eso en la práctica significa que están con la madre, que van poco y nada con el padre o que el padre los va a visitar a esa casa, todos acuerdos excepcionales a los que llegan los ex según las posibilidades. Gretel, recién separada, escribe desde Catamarca. Es docente universitaria, trabaja en el Estado por la mañana y milita en un organismo de derechos humanos. Tiene una hija en la universidad y dos hijos de siete y cinco años, los tres con ella, que además vive con sus padres, mayores. “Es muy difícil mantener un equilibrio entre el teletrabajo y la asistencia a los niños en casa. Sumado al trabajo de tesis y el cursado de maestría. Sumado a que la conectividad en el norte argentino es malísima. Por lo que tanto el teletrabajo como el avance de tesis y cursado de maestría se hacen cuesta arriba. Yo comprendo que esta cuarentena no son vacaciones. Pero realmente nadie contempla la sobrecarga que recae nuevamente en nosotras las mujeres. No es colocarme en un lugar de víctima. Es repensar los términos o las flexibilidades que se deberían tener… somos docentes, pero si tenemos a cargo el cuidado de niñes o adultes mayores las 24 horas, es difícil cumplir con el trabajo”, apunta.
Los horarios corridos. La falta de concentración y de organización. El sueño interrumpido. Los vínculos exigidos. El trabajo reinventándose. Todo está moviéndose al ritmo de un cuco que no se ve. La cuarentena pone a prueba la convivencia y la capacidad de sostener el espacio privado, que ahora también es público, y que históricamente ha estado en manos de las mujeres. Por supuesto que la subjetividad no queda afuera y según el momento y las posibilidades actuales, cada persona asume la conciliación entre convivencia y coronavirus o entre las múltiples tareas que le tocan, de distinta manera. No hay que olvidarse tampoco de quienes ni siquiera tienen posibilidad de home office porque no tienen trabajo (ver aparte) o porque trabajan en los márgenes. De todas formas, partiendo de la base que nuestra sociedad es estructuralmente desigual desde el punto de vista de género (no el único, por supuesto), el coronavirus pone en evidencia la necesidad de que los sistemas de cuidados sean revisados, no solo por hoy ni por esta emergencia, sino para lo que vendrá; para que la vida valga la pena ser vivida, como decía una de las consignas de este día internacional de las mujeres, que ahora parece tan lejano pero sigue vigente todos los días.
Las que sí disfrutan de trabajar en casa
Para algunas mujeres llevar la vida encerradas y seguir trabajando no ha sido tan conflictivo. Destacan la posibilidad de estar más con los hijos e hijas, de trabajar en proyectos que tenían postergados o de seguir activas. La edad, el nivel y el estilo de vida, el tipo de tareas y responsabilidades a cargo, entre otras cuestiones, influyen.
Rocío, que trabaja en una multinacional de telecomunicaciones, dice que se adaptó bastante bien al encierro ya que le permite estar más tiempo con sus hijos, de uno y tres años. Sigue haciendo su horario habitual, de 9 a 17, pero instalada en la mesa del comedor. Espalda con espalda, trabaja su marido. El ya trabajaba de esta manera así que están acostumbrados. De todas formas, y aunque comparten tareas con la pareja, la jornada no se termina nunca. “Tenía una persona que venía día por medio y ahora no. Entonces hoy desde las doce de la noche a las tres de la mañana estuve limpiando”, cuenta. También relata la forma que encontró para organizarse. “En el medio del trabajo te vas tomando recreítos para hacer las cosas. Te tomás el horario del almuerzo. Ellos quieren upa. De vez en cuando pegan un grito o se ve un corpiño de fondo en una videoconferencia. Pero en este contexto está justificado”. Rocío no tiene tiempo de aburrirse, ni de angustiarse demasiado, pero está exhausta. Cuando se desconecta hace la cena y lo que almorzarán al día siguiente, después pone el lavarropas, juega y hace la tarea con los chicos (¡sí, le dieron tarea!). Entre los tips que viene cumpliendo para llevarla lo mejor posible cuenta además: no quedarse en piyama y respetar los horarios que tenían los chicos para que no se descompaginen con la comida y el sueño.
Marta Cerutti tiene 67 años y sigue trabajando porque es personal de salud y coordina un programa de atención primaria de la salud en Vicente López. Trata de tener reuniones vía Zoom y salir a la calle lo menos posible. “En casa dividimos las tareas, ya está arreglado el jardín, acomodados los placares, el quincho, el garaje, el perro bañado, la ropa planchada, leemos, miramos Netflix, jugamos Burako, generala, y sobre todo comemos, no me quejo. Soy de las personas afortunadas a las que en este momento no les falta lo indispensable. Pienso en quienes viven al día. Por suerte el gGobierno se acuerda de ellxs”
Monique Alstchul, directora de la ong Mujeres en Igualdad (MEI), tiene 81 años. Está en cuarentena absoluta pero muy comunicada a través de la tecnología. “Estoy casi terminando el trabajo atrasado. Sigo las aulas digitales sobre Estereotipos de Género en las Ciencias y la Tecnología que ofrecemos desde MEI para profesoras de todo el país: por fin tengo tiempo de hacerlo y me encanta. Estoy terminando una publicación sobre los treinta años de Mujeres en Igualdad. Y espero poder hacer uno de nuestros desayunos online muy prontito. No me alcanzan los días. Ah: mis nietas me enseñan por WhatsApp a usar el microondas que nunca me copó pero que resulta útil en estos días”.
El rol social del cuidado
Delfina Schenone Sienra, socióloga, integrante del área política de ELA (equipo latinoamericano de justicia y género) analiza en esta entrevista la necesidad de que los cuidados sean vistos no como una carga individual sino social. “Es momento de entender que sin cuidados no hay economía, no hay trabajos ni hay bienestar porque sencillamente no habría sociedad ni reproducción social de los seres humanos”, dice.
–El cuidado es tema de agenda del feminismo de los últimos años. ¿Qué es lo que cambia con la irrupción del coronavirus?
–Puso como nunca a los cuidados en el centro del debate público, al punto de que excede la discusión que venimos llevando dentro del feminismo. Lo que esta crisis vino a evidenciar es que los trabajos de cuidado son imprescindibles para nuestra reproducción y bienestar social. Nos está enfrentando con nuestra interdependencia, con nuestras vulnerabilidades y haciendo ver que necesitamos sistemas más justos donde el peso de estos trabajos no recaiga mayormente en los hombros de las mujeres. Así como se está hablando de que hay que revisar el rol del Estado en relación a la economía o ponderar la producción sobre lo financiero, no podemos dejar de revisar nuestra organización social del cuidado si queremos una sociedad más justa en términos socioeconómicos y de género. Y esto implica revisar y redistribuir el cuidado entre los distintos actores sociales: el Estado, las empresas, los sindicatos, las organizaciones comunitarias y las familias, y poner en el centro la sostenibilidad de la vida.
–¿Cómo impacta el contexto de aislamiento social en la vida familiar, donde todavía la mayor parte de las tareas están a cargo de las mujeres?
–En términos generales, lo que se ve es una intensificación de los cuidados. Pero es importante salirnos de la burbuja de la clase media, y entender que no todas las mujeres vivimos esta crisis de la misma manera. Para muchas, esta cuarentena significa una tensión enorme para intentar conciliar los múltiples trabajos de cuidados con su trabajo remunerado, mientras lidian además con la incertidumbre, angustias y ansiedades propias y ajenas. Hay empleos que siguen exigiendo un ritmo de trabajo como si nada pasara. A su vez, para muchas otras, este aislamiento social significa mayor precariedad de la vida, pérdida parcial o total de ingresos, dificultad para cumplir con la cuarentena por las condiciones de vivienda y para cumplir con las normas de higiene cuando no se tiene acceso al agua potable en el hogar. Y esto genera angustia, miedo y preocupación. Para muchas el problema no es ver cómo conciliar los cuidados con el trabajo remunerado sin perder la cordura, sino ver cómo van a hacer para comer, para pagar las cuentas si no hay trabajo o las ayudas sociales no alcanzan mientras cuidan de niñas, niños, personas mayores. Y esto sumado a la preocupación de saber que hay una pandemia pero que no tienen todas las herramientas para cuidarse.
–¿Puede ser esta una oportunidad para valorizar el trabajo invisible históricamente a cargo de las mujeres?
–Sí, pero esto no va suceder solo. No podemos pensar que por el simple hecho de que ahora hay mayor conciencia sobre lo que implican los cuidados y la importancia que tienen, las cosas van a cambiar. Necesitamos el compromiso del Estado, pero también de las empresas y los sindicatos, no dar por sentado que el cuidado simplemente sucede y dejar que cada familia, y en especial las mujeres, lo resuelvan de la manera que puedan. Eso solo profundiza las desigualdades sociales. Así como las feministas reclamamos que los varones deben involucrarse más en las tareas de cuidado y como sociedad debemos dejar de pensar que son tareas femeninas, también necesitamos de nuevas leyes y políticas públicas que habiliten y den forma a otra distribución del cuidado. Cuando la pandemia lo permita, va a ser imprescindible avanzar con el mapeo federal de los cuidados que ya se anunció, y considerar la conformación de un sistema nacional como un asunto prioritario. Si queremos una sociedad más justa en términos socioeconómicos y de género, se vuelve central revisar y reconfigurar quiénes cuidan y cómo lo hacen.